Una de las enseñanzas más valiosas que me llevé de mi colegio fue el aprender a moderar grupos de trabajo y por ende mesas redondas. El profesor que nos impartió Filosofía en 3º BUP mantenía unas dinámicas realmente interesantes que mantenían la tensión formativa, a la par que te aportaban otras enseñanzas vitales.
La clase estaba divida en grupos con 7-8 personas por grupo. Cada día había que preparar varios puntos del libro que un grupo, elegido al azar al principio de la clase, tendría que exponer y explicar al resto. Las mesas eran movidas creando dos círculos concéntricos, uno para el equipo que expondría los temas del día y otro para el resto. Uno de los miembros del grupo, elegido por consenso entre el equipo, hacía las veces de moderador. En el exterior, dos observadores elegidos por el profesor explicarán al final de la clase tanto las dinámicas de trabajo del equipo como su opinión sobre la calidad de lo expuesto. Solíamos decir que el moderador era o el que mejor se había preparado los temas del día, porque podría llevar mejor las dinámicas del equipo o el que peor, porque el moderador no hacía exposición de ningún tema.
Sin duda, el que el profesor fuera el autor del libro de texto, ayudaba a que el contenido estuviera claramente marcado, fijando así una de las variables que un profesor debe controlar en el aula y proporcionando un grado adicional de libertad para aportar valor añadido.
Me acordado de todo lo que me aportaron estas clases al leer la entrada de Enrique Dans sobre Marc Prensky. Enrique destaca la labor más que emergente, imprescindible ya, para un profesor que enseña a los nativos digitales: plantear problemas, plantear preguntas, marcar objetivos y encuadrar los contenidos con rigor en su contexto adecuado. El profesor crea un marco de trabajo y los alumnos se mueven con iniciativa dentro de él, manteniendo conversaciones digitales con sus compañeros. La creatividad que era virtud hace 25 años es hoy necesidad.
Rebuscando en internet, leo con tristeza en la página 9 del boletín de antiguos alumnos que ya no podré agradecer a José Manuel López Álvaro todo lo que me aportó. Dejo escrito mi homenaje a su talento y a su humanidad, que tanto marcaron mi estilo de vida.
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